DESESPERANZA Y MUERTE
Si estamos dispuestos a renunciar a la esperanza de que la inseguridad y el dolor pueden ser exterminados, entonces podemos reunir el coraje de relajarnos en nuestra situación sabiendo que no podemos aferrarnos a nada.
Éste es el primer paso del camino.
Orientar la mente hacia el Dharma (enseñanzas de Buda) no te aportará seguridad ni certeza.
Volver tu mente hacia el Dharma no te aporta una base sobre la que descansar.
De hecho, cuando tu mente se vuelve hacia el Dharma, reconoces sin miedo la impermanencia y el cambio, y empiezas a pillarle el truco a la desesperanza.
En tibetano hay una palabra interesante:
Ye Tang Che.
Ye significa «totalmente, completamente» y el resto de la palabra significa «exhausto».
En conjunto, Ye Tang Che significa «totalmente agotado», o también podríamos decir «completamente harto». Describe una experiencia de total desesperanza, de renunciar a la esperanza completamente.
Éste es un punto importante, es el principio del principio. Si no renunciamos a la esperanza (de que hay otro lugar mejor en el que estar, de que tenemos que ser otra persona mejor) nunca nos relajaremos en el dónde estamos y en quiénes somos.
Podríamos decir que la palabra atención señala el hecho de ser uno con nuestra experiencia, de no estar disociados, de estar allí mismo cuando nuestra mano toca la manilla de la puerta, cuando suena el teléfono o surgen todo tipo de sentimientos. La palabra atención describe el hecho de estar donde estamos.
Ye Tang Che, sin embargo no se digiere tan fácilmente. Expresa la renuncia esencial del camino espiritual.
Pensar que finalmente podemos tenerlo todo en orden no es realista. Buscar una seguridad duradera es un sueño. Deshacer nuestros patrones habituales, tan antiguos y arraigados, requiere poner al revés a algunas de nuestras suposiciones más básicas.
Creer en un yo sólido y separado que busca continuamente el placer y evita el dolor, pensar que alguien «ahí fuera» tiene la culpa de nuestro dolor… uno tiene que hartarse completamente de esta manera de pensar.
Uno tiene que renunciar a la esperanza de que esta forma de pensar le aportará satisfacción.
El sufrimiento empieza a disolverse cuando cuestionamos la creencia o la esperanza de que hay algún lugar donde ocultarse.
Desesperanza significa que ya no tenemos el coraje de mantener nuestra fantasía de una pieza. Quizá sigamos deseando mantenerla, anhelemos tener un suelo fiable y cómodo bajo los pies, pero hemos intentado mil formas de ocultarnos y mil formas de atar los cabos sueltos, y el suelo bajo nuestros pies sigue moviéndose.
Tratar de conseguir una seguridad duradera nos enseña muchas cosas, porque si no lo intentamos, nunca nos daremos cuenta de que no se puede hacer. Orientar nuestra mente hacia el dharma acelera el proceso de descubrimiento.
Cada vez volvemos a darnos cuenta de que no hay esperanza posible: no podemos ponernos ningún suelo bajo los pies.
La diferencia entre el teísmo y el ateísmo no es si uno cree o no cree en Dios,
y es una cuestión aplicable a todo el mundo, tanto budistas como no budistas.
El teísmo es una convicción de que hay una mano a la que agarrarse: si hacemos las cosas adecuadas, alguien nos apreciará y cuidará de nosotros. Implica pensar que siempre habrá una niñera disponible cuando la necesitemos, y así tendemos a abdicar de nuestras responsabilidades y a delegar nuestra autoridad en algo externo a nosotros.
El ateísmo es relajarse en la ambigüedad e incertidumbre del momento presente sin tratar de echar mano de algo que nos proteja. A veces pensamos que el Dharma es algo fuera de nosotros, algo en lo que creer, algo que alcanzar. Pero el Dharma no es una creencia ni es un dogma, es la apreciación total de la impermanencia y el cambio.
Las enseñanzas se desintegran cuando tratamos de agarrarlas,
tenemos que experimentarlas sin esperanza.
Mucha gente valerosa y compasiva las ha experimentado y enseñado. El mensaje es intrépido, el Dharma nunca estuvo destinado a ser una creencia que pudiéramos seguir ciegamente, no nos da nada a lo que agarrarnos.
Fuente: Extracto del libro: «Cuando todo se derrumba» – Pema Chödrön.